Juguetes miniatura
Roland Barthes
Los juguetes, al prefigurar literalmente el universo de las funciones adultas preparan al niño para que las acepte, en su totalidad; le genera, aun antes de que reflexione, la seguridad de una naturaleza que siempre ha creado soldados, empleados de correos y motos. El juguete entrega el catálogo de todo aquello que no asombra al adulto: la guerra, la burocracia, la fealdad, los marcianos, etc. Por otra parte, el signo de renuncia no estanto la imitación,sino su literalidad: el juguete es como una cabeza de jíbaro, en la que encuentra, del tamaño de una manzana, las arrugas y los cabellos del adulto.
Existen, por ejemplo, muñecas que orinan; tienen un esófago,se les da el biberón, mojan sus pañales; dentro de poco, sin duda, la leche se transformará en agua dentro de su vientre. Así, se puede preparar a la niñita para la causalidad doméstica, “condicionarla” para su futuro papel de madre. Sólo que, ante este universo de objetos fieles y complicados, el niño se constituye, apenas, en propietario, en usuario, jamás en creador; no inventa el mundo, lo utiliza. Se le preparan gestos sin aventura, sin asombro y sin alegría. Se hace de él un pequeño propietario sin inquietudes, que ni siquiera tiene que inventar los resortes de la causalidad adulta; se los proporciona totalmente listos: sólo tiene que servirse, jamás tiene que lograr algo.
Cualquier juego de construcción, mientras no sea demasiado refinado, implica un aprendizaje del mundo muy diferente: el niño no crea objetos significativos, le importa poco que tengan un nombre adulto, no ejerce un uso, sino una demiurgia: crea formas que andan, que dan vueltas, crea una vida, no una propiedad. Los objetos se conducen por sí mismos, ya no son una materia inerte y complicada en el hueco de la mano. Pero esto es poco frecuente: de ordinario, el juguete es un juguete de imitación, quiere hacer niños usuarios, no niños creadores.